A estas alturas igual hasta se han olvidado de mi. Sí, soy María, esa chica que va (iba) con Rosana a las consultas y que ha escrito algún que otro artículo. Bueno pues sigo viva, a duras penas pero sigo viva. Voy capeando el temporal que supone la maternidad a tiempo completo de la mejor manera posible, y tenía ganas de volver a pasarme por aquí a contarles en qué consiste eso de la tan temida vida familiar con mascotas y bebés, y una cosa que creo que se llama conciliación pero que aún no han tenido a bien presentármela.
Berta ya tiene 3 meses y medio, y bueno, podemos decir que nos conocemos y que nos llevamos bien, aunque es cierto que criar a un bebé «tetodependiente» es una especie de misión propia del CNI. A esto le sumamos, como ya saben, que Berta comparte vida con cinco perros y dos gatos (estos últimos menos mal que reclaman poca cosa), y que el trabajo y la casa dejan tiempo para poco descanso.
La verdad es que no puedo quejarme porque mis chicos peludos se están comportando muy requetebién, han asumido que Berta ha llegado para quedarse y que ahora toca compartir un poco de espacio y de tiempo con ella. El/la que diga que cuando se tienen perros y niños no salen perjudicados los perros miente como un bellaco. Si mi hija llora y Jordan está en ese momento trayéndome la pelota para jugar, ¿quién creen ustedes que recibe primero mi atención? Sí, la niña. Luego como buenamente puedo con la niña en un brazo y la pelota babeada en la otra la lanzo unas cuantas veces para que el pobre se quede contento, y oye, como no le queda otra se va feliz con su juguete cuando ve que se le ha acabado su sesión.
Lo mismo ocurre con Greta, que es la que más ha acusado la falta de atención, ya que al ser la más pequeña es la más mimada de esta casa. Por supuesto siempre que está presente junto a la niña recibe ración extra de mimos, caricias y palabras bonitas, porque es la única que demuestra cierto «malestar» con la presencia de Berta; y ojo, no se preocupen que no ha hecho nada malo, sólo que notamos que por su carácter y la posición que ocupa en esta casa, que se siente algo desbancada (nada que no cure el paso del tiempo y los refuerzos positivos cuando está junto a la niña).
El pequeño Rigo es un universo a parte, le gustan los niños (aunque es francamente bruto jugando), y con Berta tendrá un filón estupendo cuando empiece a comer y vaya soltando trozos de comida a diestro y siniestro. Por ahora, se dedica a chuparle la cabeza y los pies a partes iguales y parece que no hay que preocuparse, él se conforma con eso y robar algún trocito de comida de la mesa cuando no estás atenta.
Mis dos viejitos Chenler y Peke no dicen ni mú, ellos con que la niña no les usurpe sus cómodos colchones y puedan comer todos los días no hay nada que les parezca mal, y todos los días reciben su ración de mimos y caricias, y por supuesto premios extra, que para eso tienen una edad y se lo han ganado.
Los gaticos, ayyy, Macarrón ha tardado tres meses en volver a subirse a la cama mientras Berta duerme en la habitación. Es un gatito sensible y bueno, no se le puede forzar a nada. Sin embargo, Jabuguita ¡está encantada con ella!, se frota sin parar cuando está a su lado, cuando le doy de mamar a Berta se tumba junto a ella, y si puede y yo no me doy cuenta se mete con ella en la cuna a sus pies.
Hace unas semanas, una señora (la llamo señora porque podría decir algo más feo pero no está bien visto decir esas cosas), vino aquí a dejarnos a su perro en residencia, y la recibí yo. Mientras me dejaba al perro me dijo: » a ver si podéis ayudarme a buscarle otra casa a mi perro, que yo es que tengo un bebé de un mes y medio, y mi marido a veces viaja por trabajo y claro…»; a lo que yo le contesté: «qué casualidad, yo tengo un bebé de dos meses y medio, cinco perros, dos gatos, mi pareja también viaja por trabajo, ah y yo en unos meses también trabajaré». Y no le debió parecer suficiente réplica porque añadió: «ya claro pero tú vives en una casa en el campo y yo en un piso, así también podría yo». Y oigan, me tocó la moral, y claro, le contesté: «sí señora, vivo aquí, pero yo tengo cinco y usted uno, y yo no tengo aquí a mis perros como si fueran macetas, no viven aquí fuera como se cree usted, y necesitan su tiempo claro que sí, pero es que si no dispusiera de él no tendría 5 perros. Y si tengo que quedarme sin comer porque no me queda otro rato para que ellos tengan cubiertas sus necesidades lo haré, al igual que lo haría por mi hija, pero a ninguno se me ocurre buscarle otro hogar, y le aseguro que esta casa tan grande también da mucho más trabajo que un piso. ¡Ah!, y no tengo asistenta». A esto, menos mal, no hubo réplica (añadir que ese perro, tiene un nuevo y estupendo hogar).
Y ustedes dirán que por qué les cuento yo todo esto y sobre todo qué tiene que ver con la conciliación, ¿no? Pues tiene que ver y mucho. En mi caso, como muchos saben, trabajo en otra empresa (permítanme que no mencione el nombre de la empresa), además de en el Servicio de Etología Veterinaria, y debo incorporarme en un mes más o menos. Y resulta que la empresa ha decidido fastidiarme un poco y no permitirme conciliar. Tranquilos que vamos a juicio. No voy a conformarme, no estoy dispuesta,no quiero tener que reducir de forma drástica las raciones de mimos, que los lanzamientos de pelota sean semanales en vez de diarios y que los paseos por el campo sean una utopía. Mi familia son ellos, los de cuatro patas, mi pareja y la pequeña Berta, y ninguno merece dejar de recibir sus atenciones porque a mi empresa no le venga bien que yo solicite una reducción de jornada. Por supuesto esta es mi decisión personal, no quiero renunciar a mi parcela laboral, pero mucho menos a mi vida personal por el trabajo. Respeto cualquier otra opción, pero a mí no me compensaría volver a casa después de 9 horas fuera para pasar el mínimo tiempo con ellos y perderme cómo crece mi hija junto a mis niños. La reducción de jornada no es una bicoca oigan, que parece que te regalan algo, pues no, que se pierde dinero, y con ello seguramente vacaciones fuera, salidas a cenar y a comer, regalos molones… Peeeero, me sigue compensando el tiempo que voy a invertir (ojo que no he dicho gastar) en estar con mi familia.
Encantada de volver a verles, espero que mi próxima visita sea para contarles que lo he conseguido, y que sí se puede conciliar vida familiar y laboral.
PD: Esto se lo he contado mientras entretengo con una mano a mi hija, con la otra le doy caricias a la Peke que está debajo de la mesa reclamando su momento, e intento tomarme el segundo café de la mañana para que se me disimulen las ojeras nivel «oso panda» que arrastro (y arrastraré) a diario.
¡Un abrazo!
Por María Garrido Lázaro.
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yeahh peludos power!! aunque ya no estamos todos mi chico nació en una casa con dos gatos, una perrita y un conejo enano y oye, más bien que todas las cosas, menudas niñeras son los gatos!
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Eso es lo mejor, criarse rodeado de animales y naturaleza. ¡Gracias por tu comentario! 🙂
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