Es tremendo cómo pasa el tiempo. Empezamos el verano, y Lady Berta ya camina sola, le encanta bañarse en la piscina (al mar no le hemos cogido el gusto aún), juega con amiguitos en la guarde y en la urbanización (he dicho que juega con ellos, no que le guste que cojan sus juguetes), le han salido dientes ¡por fin! Y empieza a chapurrear un idioma que a veces entendemos y a veces no, y que el resto del mundo ni por asomo seria capaz de descifrarlo.
Y dándole vueltas a esto de su nuevo dialecto, me ha dado por hacer una de mis reflexiones, de esas que me vienen del malvivir permanente en el que me hallo y de las pocas horas de sueño (la neurona sana a veces quiere trabajar).
Y es que hace unas semanas, LB estuvo pachucha, y claro, con aquello de la hipocondria de seguir siendo primeriza, pues una por si acaso va al pediatra, no vaya a ser el ébola o el mal de Chagas y luego me lamente. Y allí, el pediatra, me hace preguntas: ¿está contenta o decaída? ¿Come bien? ¿Le has podido controlar la fiebre? ¿Cuándo le han salido los granitos? Y así un cuestionario que ni para entrar en Pekín Express. Y llega el temido momento de LB, cuando el pediatra dice “desnúdala que voy a examinarla”, ahí ya no hay vuelta atrás, eso es un espectáculo digno de la casa del terror, que a la niña le falta escupirle a la cara (creo que es porque aún no sabe). Gritos, llantos, pataleo… Pero bueno, el pobre hombre pudo acabar la exploración.
Yo, entonces, intentando que LB me deje escuchar el diagnóstico y el tratamiento que nos dará el pediatra, entre alarido y alarido y robo de depresores linguales (el palito de madera de toda la vida), me pongo a pensar que menudo estrés esto de ser bebé/niño que aún no habla, porque a ver, en vez de tanto sobeteo, tanto apretar la tripa, la cabeza, abrirle la boca etc los adultos decimos eso de “me duele aquí” o “me siento así” y se hace todo un poquito más fácil.
Y ya puestos a rizar el rizo, pensé en lo común que tiene esa situación con el mundo animal. La de veces que he escuchado “no, a mi perro no le duele nada, no se queja. Yo le toco aquí y mire, me deja apretar bien y todo” también voy a criticar un poquito al sector veterinario, que hay alguno que se las trae, me encanta como le dicen eso al cliente de “no mujer, si eso a la perra no le duele, con lo que yo le he puesto hoy, ¡va que chuta!”, me encantaría que a usted le hubiesen hecho una ovariohisterectomía y no le diesen nada más que un triste ibuprofeno ese día a ver qué tal le iba.
Pero si van con su perro o gato al veterinario, hará algo idéntico a lo que hizo el pediatra con LB, una anamnesis (o entrevista), en la que le hará las preguntas que crea oportunas según los síntomas que hayamos contado. Un diagnóstico, en el que le hará pruebas (temperatura, palpaciones, y todas las pruebas médicas que fuese necesarias). Y entonces le dará un diagnóstico definitivo y pronóstico de la enfermedad y el tratamiento a seguir.
Hay algo que es bastante alucinante, si a mi me sube la fiebre a 39º, soy poco más que un despojo humano durante todo el día, mientras que LB, el ratito que le dura la fiebre está un poco alicaída, sin embargo, una vez que se le pasa, es capaz de jugar, reír y comer como si nada. Pero es bien cierto que, en el momento que duerme más de la cuenta, o lloriquea por todo, digo “uy, aquí pasa algo”.
Y con los perros ocurre exactamente igual. Si tenemos un perro que de forma natural, es alegre, juguetón, le gusta comer y nos lo encontramos apático, sin querer moverse, o incluso le cuesta comer, no esperen, no pueden hablar, llévenle a su veterinario. No es cierto que no les duela, no es cierto que sean más duros, solo es que no pueden expresarlo de forma verbal. A veces no es grave, e igual que pasa con los bebés y niños, puede ser una gastroenteritis, un resfriado perruno (tos de las perreras), algo de artrosis… Pero hay cosas que sí, son graves, que pueden no dar síntomas y que no pueden esperar a ser revisadas por su veterinario.
Y queremos hacer hincapié en algo muy muy serio, nunca, jamás, bajo ningún concepto mediquen ustedes a sus perros con medicamentos que tengan en casa. Algo tan común con el ibuprofeno, el paracetamol, el ácido acetilsalicico, son tóxicos para los perros, y administrados de forma reiterada pueden llegar a producir la muerte. Así que, al igual que llevan a sus hijos al médico y no juegan a ser pediatras, hagan lo mismo con su amigo peludo. Como decimos siempre, acudan al profesional que para algo están.
Yo me despido, como siempre, encantada de que me lean, aunque sea de ciento en viento. La próxima no puedo decir cuando será, deberían preguntarle a mi neurona sana, que ella va por libre.
Un abrazo y feliz verano (por si no aparezco hasta que pasen estos calores)
Por María Garrido.
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