
Esta es la reflexión de una voluntaria del refugio Galgos en familia, tras la llegada ayer de Camarón, un galgo procedente de Badajoz:
«Y yo pregunto…? Dónde tienen los ojos y el corazón las personas que permiten que un animal inocente padezca hasta estos extremos…?
Este galgo llegó ayer tarde al Refugio, y desde que vi su imagen tengo el alma encogida, escondida de dolor dentro de mi pecho. No me nace despotricar, maldecir… no me nace, me quemaron los ojos, ese doloroso ardor bajó hasta mi garganta y se alojó en mis tripas, aquí sigue, apretándome el alma como una garra incansable.
Cualquier ser que camine erguido sobre dos piernas, que se haga llamar persona y que considere esto normal debería sentir alguna vez en su interior este dolor que hoy siento, siento y sienten muchas personas, todas esas que se volcarán en ese perro, ese animal que desde ayer está conociendo lo que es realmente vivir.
Cualquier «persona» que haga daño a cualquier ser (animal o ser humano, ya está demostrado que se empiezan por las mascotas, y se continua dañando a niños, mujeres…) no entiendo, mi cabeza no puede comprender que esas manos que niegan la comida y condenan al sufrimiento, pueda acariciar la mejilla de un niño o besar a una mujer en los labios… se me eriza la piel cuando trato de imaginar que hay tantos así. No sé si me explico, si soy capaz de hacerme entender…!!!
Hoy, este ser, este perro, tiene nombre, cama, alimento seguro, caricias que lo bañarán a diario, aunque no se sobreponga, aunque no consiga mejorar y encontrar un hogar, (espero que sí) desde ayer su vida cambió y su mirada que hoy solo tiene miedo, que huye esperando castigo, hambre y necesidad se tornará confiada, sincera, reclamante de amor incansable.
Ya ha pasado Camarón, ya ha terminado esa etapa que te tocó vivir…ya ha pasado, para siempre.
Gracias a todos los voluntarios, a los responsables del Refugio de Galgos en Familia, gracias a todas las almas que se encogen de dolor y actúan, gracias en nombre de todos los seres que se enfrentan cada hora, cada día, cada instante de su vida al dolor, el hambre, las palizas, las cadenas, la suciedad, la invisibilidad… en nombre de los que nunca llegan a conocer lo bello que es la vida, no se llega siempre a tiempo pero la lucha es constante, continua y viva.
Y no me nace el insulto, sigue sin nacer, solo me da vueltas la cabeza agradeciendo el bendito momento en el que se acabó su dolor y empezó su nuevo camino.»
Por Raquel Ruiz.