
La conducta animal es la manifestación externa de estados internos (miedo, ansiedad, frustración…). Sin embargo, con frecuencia el abordaje tradicional se centra solo en corregir conductas mediante castigos o refuerzos, ignorando por completo el mundo emocional del animal. Esto limita la efectividad de cualquier intervención.
Estudios veterinarios señalan que las técnicas basadas en castigos incrementan el miedo y la agresividad, mientras que el refuerzo positivo, si no aborda la inseguridad emocional subyacente, solo enmascara el síntoma.
Es decir, que tanto el castigo como el refuerzo positivo podrían ser negativos en cuanto al tratamiento de esa conducta.
El comportamiento como expresión de emoción
Cada conducta es una señal de lo que el animal siente. La etología clínica contemporánea enfatiza que analizar el comportamiento nos permite reconocer estados afectivos y motivaciones profundas.
Conocer sus emociones nos ayuda a entender por qué actúa así y a fortalecer el vínculo humano-animal. Por ejemplo, un perro que reacciona con ladridos ante otros perros puede estar expresando pánico o inseguridad, no falta de disciplina. De igual forma, un gato que deja de usar el arenero no lo hace por rebeldía, sino por estrés ambiental (p. ej. cambios en el hogar, tensiones sociales)
Entender esta conexión es clave para su bienestar.
Autonomía y bienestar
Dar voz y voto al animal fortalece su bienestar. Investigaciones recientes señalan que brindar oportunidades de decisión y control mejora significativamente la salud mental de los animales. Ofrecerles opciones (por ejemplo, permitir que un perro elija la ruta del paseo o que un gato escoja su lugar de descanso o de alimentación) les da un sentido de agencia indispensable para reducir el estrés.
Estas pequeñas decisiones cotidianas les otorgan autonomía: elegir con qué jugar o dónde dormir brinda seguridad emocional y ayuda a adaptarse mejor al entorno.
Medicina del comportamiento: un enfoque integrador
La medicina del comportamiento no se reduce a aplicar técnicas aisladas de modificación de conducta. Debe basarse en una visión empática e integradora del animal. Es decir, combinar la modificación de conducta con comprensión emocional, conocimiento de la especie, atención al historial individual, acompañamiento, compasión y empatía. Observar y saber interpretar el comportamiento es una vía para leer las emociones de perros y gatos. Al entender qué siente y por qué, las intervenciones se vuelven más humanas y efectivas.
Reflexión final: Como veterinarios y educadores de la conducta, debemos preguntarnos: ¿estamos viendo al animal en su totalidad o solo corrigiendo sus síntomas externos? Un abordaje ético y duradero requiere considerar su mundo emocional y permitirle tomar decisiones, cuando sea posible. Solo así mejoraremos realmente el bienestar de perros y gatos, avanzando de un entrenamiento mecánico a uno verdaderamente compasivo.
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