Frecuentemente asociamos el término «estrés» con una acepción negativa o aversiva, algo que nos afecta directamente y deja secuelas en nuestro organismo. Sin embargo, muchas personas no saben que hay un estrés bueno, sin el cual los animales no podrían adaptarse y vivir; y un estrés malo o negativo, que es el que realmente afecta al organismo de los animales y provoca la aparición de problemas de comportamiento.
Si atendemos a la definición de estrés podemos encontrarnos esto:
Se define el estrés como la respuesta de un organismo a una demanda que le obliga a cambiar o adaptarse. La manera en la que un animal responda a estas demandas determinará su conducta. Cualquier estímulo recibido causa estrés y éste es el determinante que hace que un organismo se adapte.
Efectivamente, cualquier estímulo que el animal percibe por cualquiera de sus sentidos provoca una reacción de estrés. La manera en la que el animal gestiona ese estrés y se adapta a la nueva situación, es lo que define si la reacción cesa o continúa, convirtiéndose en el estrés malo o estrés crónico.
¿Y qué es lo que hace que un animal pueda reaccionar y adaptarse a esa situación o no? Pues fundamentalmente, y considerando también la influencia del ambiente, el temperamento de ese animal es lo que le permite adaptarse o no. El temperamento son las características intrínsecas de ese animal, su personalidad. Éste a su vez depende de varios factores:
– Genética.
– Comportamiento y temperamento de la madre.
– Socialización.
– Edad del destete.
– Interacciones con otros individuos durante el periodo juvenil.
Por lo tanto, y en líneas generales, si podemos controlar todos estos factores, podremos prevenir en su mayor parte las reacciones del individuo adulto a cambios en el ambiente. En general la máxima prevención la obtendríamos seleccionando progenitores con un buen temperamento y alta capacidad de gestión del estrés; con un buen comportamiento maternal que estimulen y enseñen a sus crías; controlando que durante el periodo de socialización los cachorros se enfrenten de manera controlada a diversidad de estímulos; asegurando una edad de destete adecuada (mínimo alrededor de las 8 semanas de vida) para que hayan sido sometidos al mayor número de experiencias sobre el comportamiento equilibrado de su especie; y que las interacciones con otros individuos de su especie y de otras continúen durante el periodo juvenil (hasta la pubertad)
De esta manera tendremos individuos que son capaces de someterse a cambios en su ambiente y gestionarlos de manera adecuada. Si cualquiera de estos aspectos falla, cabe la posibilidad de encontrar en estos individuos el elenco más variado de problemas de comportamiento, como agresividad, miedos y fobias, eliminación inadecuada, ansiedad y comportamientos estereotipados.
Especialmente importante y de consideración es el estrés en la especie felina, y su manifestación frecuente en la inhibición de comportamientos en los gatos, pudiendo parecer a los ojos de sus propietarios que están tranquilos.
Por Rosana Álvarez Bueno.