¡Ay amados lectores! Pensarán ustedes que he desaparecido de la faz de la tierra. Pues no, heme aquí, en este ratito que mi querida hija tiene a bien dejarme tranquila, durmiendo una de sus microsiestas.
Lady Berta cumple hoy exactamente 9 meses, cómo pasa el tiempo madre mía. Y en estos meses, he ido recopilando una información muy valiosa que me he estado guardando en lo más profundo de mis entrañas para escupirla aquí, porque así, me leen, y yo me desahogo y me quedo en la gloria, pa’qué voy a engañarles.
Toda madre o padre que se precie, ha sufrido en sus carnes lo que yo llamo “consejos de parque”. A mi particularmente me desquician viva. Y cuidado porque los consejos empiezan antes de que des a luz, lo que es más estresante si cabe.
Les voy a poner de ejemplo un día cualquiera de mi ajetreada vida social, véase la situación: Yo en la cola del supermercado (puede sustituirse por cola de tienda de ropa, mirando escaparates, en el centro de salud…), señora de mediana edad (a veces también se aventuran las jóvenes y los hombres, OJO), que ve a la niña intentando suicidarse lanzándose al vacío desde el carro, o echándose hacia atrás en la mochila a ver si consigue soltar los cierres, y la susodicha va y te dice “uy, pobrecita, cuando se ponen así es que tiene hambre” a lo que yo contesto con una simple sonrisa.
Como no ha pillado la sutil sonrisa cargada de odio mortal, la señora continúa: “¿qué tiempo tiene?” y ya por no ser una borde, contesto “ X meses señora”, y ya aquí lo he echado todo a perder, porque es como si le hubiera dado manga ancha a iniciar una conversación que yo no quería. Ahí empiezan las preguntas, o no preguntas, sólo consejos y/o dogmas de fe: “ya comerá de todo, no?, cereales le das? Uy, que aún toma teta? Menuda viciosilla ehhh, porque con esa edad ya no alimenta tu leche. Que se duerme en brazos? Pues eso es culpa tuya porque la has malacostumbrado…”
Y así un largo etcétera que yo no sé parar y que provocan en mi unas ansias de matar que no saben ustedes lo mal que lo paso para salir de allí sin que se derrame la sangre por los pasillos del súper y vengan los de El Mentalista a averiguar qué ha pasado. Bueno, y no les digo nada si esos consejos me los da un familiar de esos que ves 2 veces en tu vida, o la suegra del hermano de tu cuñado, esa señora que es capaz hasta de tocarte una teta en un despiste y decirte que con esa anchura de caderas que tienes tendrás un parto genial. Y las que te dicen que tendrás que dar a los perros y a los gatos debido a que vas a tener un bebé o automedican al bebé con dalsis, apiretales o anises estrellados.
Y lo gracioso es, que yo que he tenido perros antes que hija, he vivido esto antes, sí sí, porque con los perros es lo mismito. Y el que tenga solo perros, o perros e hijos me entenderá y me dará la razón. Paseando tiene un pase, pero cuando te aventuras a ir a un parque o zona concurrida de perretes con sus dueños, todos listos ellos como zorros, y muy documentados y duchos en la materia, a mí es que se me abren las carnes, y me perdonan por la expresión. Allá que vas tú con tu cocker malhumorada, y tu cruce de galgo al parque, y ya empezamos: “qué bonita la cocker eh! ¿Es pura?” Yo:” bueno, no sé a qué llamas tú pura, es de un buen criador, sí” Y ustedes dirán, María, la has vuelto a pifiar, pues sí señores, vuelvo a cometer el mismo error, ¡¡¡he respondido a uno de estos seres!!! Pues eso, que aquí empezamos de nuevo “los cocker es que tienen mala lechecilla eh” “además eso es genético, porque son de esas razas a las que les crece más el cerebro que el cráneo y claro se vuelven majaras” “oye y el galgo, te cazará de todo, ¿no?” Y así hasta el infinito, y en bucle.
Por no hablar de los veterinarios de parque que te aconsejan sobre la castración y otros menesteres médicos, que ponen verde a uno y otro veterinario porque, según ellos “no veas qué caro es”, (claro porque los veterinarios parece que son los únicos seres que tienen de comer del aire y no cobrar a sus clientes). Y hablan de meter perros en jaulas y de collares de descarga y demás artilugios que han leído por ahí que pueden funcionar o se lo ha dicho uno u otro “profesional”.
Y yo empiezo a volverme del revés, el ojo me tiembla, y es cuando cojo a los perros y me voy, y escucho de fondo como dice el tío: “joe que borde la muchacha esa eh”
Saben, lo peor de todas estas personas es que hay otras que sí se dejan influenciar, que se creen todos estos consejos y ayudas, y que luego, cuando te llaman para pedirte una consulta, cuando con suerte el perro sólo le ladra a las bicis, o con menos suerte, cuando ya ha dado unos mordiscos, te dicen: “si yo lo he estado educando y con un adiestrador”, y les preguntas quién es, o cómo se llama, o qué método de trabajo utiliza, te responden: “no sé, es un muchacho/a que hay en el parque donde voy a pasear con mi perro” y se te caen los palos del sombrajo, y vuelve a ponérsete la cara tiesa, y se te frunce el ceño, porque trabajamos para informar, para formar, desde las redes sociales, desde los colegios, desde las instituciones (las que nos dejan, ojo) y aún así, seguimos teniendo muchas de estas situaciones.
Como diría una buena amiga mía, vamos a dejar de creernos al maestro liendre, ese que de todo sabe y de nada entiende, y confiemos, la crianza de los hijos a sus madres y padres, la medicina a los médicos, las recetas a los farmacéuticos y la educación de nuestras mascotas al especialista.
A los que lean mi artículo, por favor, acuérdense de mi, de mi cara, de mis ojos inyectados en sangre, de las ansias de matar, y no den consejos gratis, si no se los ha pedido nadie, no sean atrevidos, intenten no ofender, y siempre, siempre, si alguien les pide alguno, añadan al final: “esto es sólo mi experiencia, y no tiene por qué funcionar para todo el mundo”
Como siempre, me despido, esperando que me lean y sonrían, que la vida están muy chunga para no reírse un ratito al día. E intenten visualizar ahora, mi cara de gusto después de haber vomitado esta valiosísima información que tenía dentro.
Por María Garrido Lázaro.